domingo, 23 de septiembre de 2018

No son gigantes sino titanes


En un lugar de La Mancha de…, bueno todos ya sabemos de que va esta historia, pero lo que voy a contaros es una historia diferente, es una aventura de superación, esfuerzo, sacrificio, compañerismo y amistad.
Todo comenzó hace unos meses cuando Miguel, Xeni y César nos liaron para participar en esta locura llamada La Titán de La Mancha, una prueba de MTB con dos recorridos, uno de 116 km y el otro de 217 km. Nosotros, desde nuestra inconsciencia, decidimos inscribirnos en la ultramaratón, ya que se va… jeje, Miguel y César decidieron probar sus fuerzas con la de 116 km. Han sido unos meses duros donde le hemos dedicado muchas horas a nuestra gran pasión para poder llegar en unas condiciones óptimas a la carrera. Entrenar, entrenar y más entrenar y ello bien lo saben nuestras familias que han tenido que soportar estos meses que le dedicásemos más tiempo a la bicicleta que a ellos.


Eran las cinco de la madrugada cuando sonaba el despertador en la habitación del hotel y como un resorte me puse en pie para preparar un potente desayuno y vestirme. A las seis había quedado en el vestíbulo con los compañeros de la ultramaratón Xeni, Arturo, Rado y un servidor, conocido por todos por “el bogavante”. En un par de minutos llegamos a la plaza donde la organización del evento, había establecido el punto neurálgico y ya había corredores preparados detrás de la línea de salida, así que sin más demora nos unimos a ellos. No era nuestra primera batalla, pero sí la primera con estas características y era inevitable tener los nervios a flor de piel y mariposas en el estómago. Teníamos muy claro la estrategia a seguir, toda nuestra preparación había sido dirigida hacia ella, mantener un ritmo constante con unas pulsaciones que no superasen, en la medida de lo posible, el 80%.


A las 6:30h el director de carrera dio el pistoletazo de salida y el pelotón se adentró entre los viñedos, cual serpiente en llamas, en busca de los molinos de Campo de Criptana. Los primeros kilómetros rodamos con el grupo de cabeza, pero nos dimos cuenta que el ritmo era demasiado alto como para cumplir nuestro objetivo y decidimos soltar gas y comenzar con el plan establecido. Es una prueba de resistencia y hay que tener la cabeza fría y conservar las fuerzas. Cuando llegamos a los molinos de Campo de Criptana todavía era de noche y un numeroso público nos esperaba para darnos ánimos. Se sentía en el ambiente una emoción que tiraba de nuestras bicicletas con fuerza.


Amaneciendo nos fuimos en busca de el siguiente objetivo, los molinos de Herencia. Durante estos kilómetros volamos sobre las pistas polvorientas, sucesivos relevos hacían que ninguno de nosotros desgastase en exceso y el ritmo fuese muy alto. La subida a los molinos fue más dura de lo que pensaba: una senda rota que nos obligaba a dar todo lo mejor de nuestras piernas hasta la cima; la bajada fue vertiginosa. Somos un grupo que nos encantan las sendas y la velocidad y llevados como si el diablo habitara en nuestro interior, adelantamos a un buen número de corredores. No nos costó mucho llegar a Puerto Lápice y afrontar sus molinos, los relevos seguían funcionando muy bien y las fuerzas parecían seguir intactas. A partir de aquí cambió todo, nos adentrábamos en una preciosa sierra llamada Luenga, que nos transportaba a nuestra querida tierra, el bosque mediterráneo, donde se sucedían como dientes de una sierra las subidas con las bajadas, pero siempre con tendencia ascendente, ya que la organización nos había reservado el hueso duro de la carrera en las antenas del pico La Calderina, que coronaban lo más alto de la contornada.


Una subida con una pendiente media de un 12% y unas rampas que llegaban al 18%, había momentos que parecía que llevabas la bici frenada y en cada pedaleada te dejabas el alma. Mis compañeros me sacaron una ventaja de unos 30 m, una distancia que me parecía un muro infranqueable y que minó mi inquebrantable fuerza mental. Menos mal que en lo más alto, la organización puso un avituallamiento donde paramos un par de minutos a reponer fuerzas y resetear el cerebro para continuar dándolo todo. De nuevo volvíamos a afrontar un largo descenso por el mismo sitio que habíamos subido, imaginaros por un momento la situación: “los cuatro jinetes del apocalipsis” llevados una vez más por la ira del infierno, bajando a toda velocidad por el mismo sitio que otros corredores subían con las caras desencajadas por la dureza de la pendiente, o por vernos de frente con nuestros “caballos” desbocados.


La situación resultaba algo dantesca y peligrosa (espero que no hubiese ningún incidente a lo largo de la prueba). En pocos kilómetros abandonamos la sierra y nos dirigimos hacia Fuente el Fresno, donde nos esperaba un solo molino en el alto de una pequeña atalaya. No por ello había que menospreciarlo. A lo lejos se veía a otros corredores enfrentarse a la corta pero dura subida marcada en la ladera de la atalaya como si el Zorro hubiera dejado su característica marca con su espada. Numeroso público nos esperaba al principio de la subida y con sus ánimos afrontamos el repechón con una sonrisa dibujada en nuestras caras y un plus de potencia en nuestras piernas. A partir de Fuente el Fresno hubo un antes y después en la carrera, los kilómetros afrontados (137), empezaban hacer mella en nuestros músculos y un jugador nuevo se sumaba a la partida y no uno cualquiera, sino el más temido por todo ciclista: Eolo. El lugarteniente de la Madre Naturaleza, que azota sin piedad con potentes vientos todo lo que encuentra por su camino, esta vez fue algo benévolo con todos nosotros y las rachas de viento eran de baja intensidad, pero sí que fueron constantes hasta prácticamente alcanzada la meta. 


Una vez más tomábamos rumbo a Puerto Lápice por una pista que denominaría “apestosa”: unos 8 o 10 kilómetros de agujeros formados por el agua de las lluvias se sucedían y alternaban con pequeños riscos enclavados en el terreno y una ligera pendiente de un 2% y el viento de cara y las piernas pidiendo “tiempo muerto” y … pues sí aun hay más. Rado pincha y Arturo se queda con él para reparar y me toca tirar en cabeza de Xeni y un grupo que se nos había unido, fue un tramo bastante duro que mermó mis fuerzas, menos mal que Arturo y Rado no tardaron mucho en alcanzarnos y retomaron la cabeza del grupo y el buen ritmo que llevábamos, dejando atrás a los satélites que marchaban tras nosotros. Un poco más adelante Xeni tuvo que abandonar por un problema mecánico, lástima después de todo el esfuerzo realizado y tenerte que ver en la cuneta por un problema ajeno a ti y sin solución posible. Parte del camino que nos quedaba por delante era el mismo por el que habíamos transcurrido hacía unas horas, hasta llegar a Puerto Lápice, donde nos volvieron hacer afrontar una subida de las pocas que nos quedaban por delante.

 

El terreno ya era favorable, el piso en mejores condiciones, pero el viento de cara y las fuerzas al límite; hasta el incombustible Arturo flaqueó. Menos mal que a Rado le quedaban vatios en los cuádriceps y se puso a tirar de nosotros, por que a mí no me quedaba nada de gas y bastante tenía con seguirles el ritmo. Los kilómetros iban cayendo y en el interior de nuestros corazones una llama casi extinta, se avivaba con el hecho de que la gloria ya estaba ahí, que nada iba a interponerse entre nosotros y la ansiada línea de meta. Si hubiera hecho falta hubiéramos terminado andando. No por ello estaba ya todo hecho, no hay que vender la piel del oso sin antes haberlo matado. A la salida de Herencia, la organización nos había guardado un regalito de despedida, jejeje: un “tachón” de unos 100 m que con nuestras fuerzas agotadas nos obligaba por primera vez en toda la carrera a poner pie en el suelo y empujar nuestras bicicletas. A lo lejos se divisa Alcázar de San Juan, las piernas iban por pura inercia y las fuerzas se alimentaban de esa llama interior que seguía creciendo cada vez más.


Como no, no íbamos a dejar atrás los molinos de Alcázar sin subir a lo más alto de esa bonita atalaya, desde donde se divisa toda la contornada y se podía oler y saborear en el ambiente la ansiada línea de meta.
Llegamos. Lo habíamos conseguido y la emoción inundó nuestro interior hasta derramarse en forma de lágrimas que nacían de nuestros ojos, tantos meses de sacrificio habían dado su fruto, un fruto muy dulce y agradable de saborear.
La posición en la que termines una prueba de este tipo es lo de menos a no ser que tengas el honor de subir al cajón, de todas formas, estamos muy contentos porque el trabajo bien hecho y llevado a la práctica como habíamos planeado, hicieron que Rado y Arturo entraran los sextos por parejas y yo consiguiera meterme en el top10 de master40 (8º) y el 40 de la general.


Agradecer a la organización el buen trato recibido y el buen hacer en una prueba con unas características tan complicadas como esta, a nuestras incansables compañeras que nos acompañan allá donde vayamos y nos animan en todo momento. También quiero agradecer a nuestros patrocinadores: DoyoubikePACOM SystemsEdetania Personal Bankers, Talleres Gonzalo y digitis. Sin ellos este equipo no sería posible y hoy no estaría escribiendo estas líneas.

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Todas Las fotos de la prueba las tienes en la galería.
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Crónica de Ibán Bogavante

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