domingo, 11 de mayo de 2014

La "clásica" ruta de los castillos


Si el ciclismo es una pasión que engancha a todo al que se acerca a él es por cosas como las que sucedieron en la Ruta de los Castillos de Ayora 2014. 165 kilómetros pestosos, más de 30 grados desde la salida y un ritmo ágil desde el inicio (una auténtica clásica). Sobrevivir, acabar y contarlo ya era un reto. Una historieta de esas que acabas contando a los nietos y en las que un simple trago de agua vale lo mismo que un pase al buffet libre del paraíso.

 Nada más dar el petardazo de comienzo la carretera se empinaba y a los cinco minutos ya te sobraba hasta la cinta del pulsómetro. A los 10 minutos la conversación más repetida era, "este es el primer puerto ya, ¿no?" y a los 20 "¿cuando empieza el primer puerto?"
El gran Quique Moya exprimiendose en Ayora



Y es que la Ruta de los Castillos es así. Una clásica en toda regla. No deja tiempo para recuperar esfuerzos porque es un continuo sube y baja por los montes del entorno ayorino. Los 2.500 metros de desnivel en 160 kilómetros que marcaba el Strava al acabar no engañan. Sobre todo si tenemos en cuenta que la cota más alta que se sube son los 811 metros del Caroche y la más baja se sitúa a 300 metros sobre el nivel del mar.

Por eso los 12 kilómetros inicial del 'no puerto' hicieron daño y dejaron las piernas 'suaves' para afrontar el Campichuelillo, uno de esos puertos inconstantes pero con rampas de hasta el 18%, que no permiten coger ritmo y van minando el físico del ciclista. 
El ligero descenso hasta el Balneario de Cofrentes sólo era una pequeña oportunidad para comer, porque la carretera seguía siendo una constante de repechos hasta Casas del Río, donde arrancaba el único puerto 'cómodo' del día. Ya saben, varios kilómetros más o menos mantenidos y sin sorpresas. De esos es lo que hasta se puede mantener una conversación y más si tienes la suerte de compartir pedaladas con David Albelda y Adrián Palomares (el homenajeado del día). Y vacilar el ex jugador del Valencia con  la dureza del Marie Blanque en la QH, uno de sus retos en su nueva época de cicloturista.



Una de las infernales subidas


Retorno hasta Cofrentes, paso por el Júcar y de nuevo a comenzar la fiesta escaladora. Esta vez el Morajete, pero con sorpresa de ciclistas retro en el inicio en Jarafuel. Una alegría para aliviar la mente con todo lo que quedaba por delante. El sol ya estaba empeñado en meterse por todos los microagujeros del maillot y la temperatura en no bajar de la treintena alta. Por eso el avituallamiento de la cima  era algo muy similar al paraíso. Líquido fresco y unas rajas de sandía que incitaban a tirarse de la bici sin soltar las calas.

Unos estiramientos para soltar las piernas y evitar calambres (con el calor son casi inevitables) y camino de un nuevo terreno de repechos, bajadas y subidas hasta elCaroche. Y en la ascensión una nueva sorpresa. Esta vez en recuerdo a Mireya, el ángel que protege a los ciclistas y les da alas, porque sin una dosis de moral así hubiera resultado casi imposible superar los 2 kilómetros al 12% con lo que se corona la 'Cima Coppi' ayorina

Quedaba echar un nuevo trago antes de afrontar el descenso y el último y eterno repecho de cinco kilómetros con viento de cara (siempre Eolo haciendo de las suyas) hasta la meta de Ayora con premio incluido, el de escuchar a Juan Mari Guajardo, la voz de la Vuelta a España, 'cantar' tu nombre con la misma pasión que si fuera el de Valverde o Purito.


Un respiro, 'jo que caló niño' y a las duchas a refrigerar cuerpo y mente del esfuerzo. Había que abrir hueco para el gazpacho ayorino y las charletas de meta con las experiencias de cada uno de los ciclistas.

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